“Hicimos lo que pudimos”. No podía
entenderlo, frente a mí estaba aquel médico rural con aquellas manos demasiado callosas, aquel pelo demasiado encrespado, aquellos ojos
demasiado juntos. ¿A quién se refería? ¿Quienes eran ellos? Y además, ¿quién
había muerto? Debía ser alguien a quien yo conocía porque se dirigía a mí, pero
no podía pensar con claridad. Quizá me lo impedía la sangre que fluía, cada vez más despacio, desde la sien. Quizá , la sábana
con la que me cubrieron la
cabeza. Aún hoy, sigo sin saber de quien se trataba. Y es una
lástima, porque siempre me gustó ir de entierro.
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