martes, 8 de mayo de 2012


“Hicimos lo que pudimos”. No podía entenderlo, frente a mí  estaba aquel médico rural con aquellas  manos demasiado callosas, aquel  pelo demasiado encrespado, aquellos ojos demasiado juntos. ¿A quién se refería? ¿Quienes eran ellos? Y además, ¿quién había muerto? Debía ser alguien a quien yo conocía porque se dirigía a mí, pero no podía pensar con claridad. Quizá me lo impedía la  sangre que fluía, cada  vez más despacio, desde la sien. Quizá, la sábana con la que me cubrieron la cabeza. Aún hoy, sigo sin saber de quien se trataba. Y es una lástima, porque siempre me gustó ir de entierro.

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